El desierto es lugar de
"paso". Nadie construye una casa en la arena. A lo sumo se
limita a plantar la tienda de campaña. La experiencia de desierto es un
estímulo permanente a vivir el sentido de lo provisional. Estamos de paso.
Nacemos, crecemos, morimos... No vale la pena "acumular" y
"tener", almacenando en los graneros. Es importante relativizar la existencia, dando ciertamente
valor a cada cosa, pero siempre en orden a lo único Absoluto. Lo importante es
realizarse, "ser". Desprenderse del peso inútil de tantas cosas
superfluas para poder aligerar la marcha. Calcular bien qué poner en la mochila
para que sea útil y no estorbe la escalada hasta la cima. Nuestra morada
definitiva está "más allá", en los "cielos nuevos y la tierra
nueva" (Ap 21,1).
Además de
provisional, el desierto es también lugar de dificultades. Cuando uno va de
camping, en una tienda de campaña, no goza de las comodidades usuales del
hogar. El desierto fue para los israelitas tiempo de tentación y de crisis,
durante los cuales Yahvéh puso a prueba Su fidelidad.
El
desierto es lugar privilegiado para un encuentro con Dios.
Y es que
a Dios se le encuentra en el silencio. Se habla mucho del eclipse de Dios, como
si hubiera abandonado a sus criaturas, como si no llegaran a sus oídos los
gritos de quienes le suplican. Pero, ¿es que Dios no habla, o es que el hombre se ha vuelto
incapaz de escucharle?. "El silencio es la gran revelación", escribió
Lao-Tse. De san Benito dijo san Gregorio Magno con frase lapidaria que
"alejado del mundo vivía consigo mismo". Del hombre contemporáneo
quizás pudiera afirmarse lo contrario: "vive fuera de sí", por esto
no se encuentra. Extra-vertido, volcado a los demás, son los demás quienes van
marcando sus criterios, sus normas, sus ideas... Agustín lamentaba haber
perdido el tiempo buscando a Dios por las afueras, en vez de penetrar en lo más
íntimo de su propia intimidad.
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